El crucificado: rostro de la misericordia, señor de la caridad

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Fermín Gassol PecoFermín Gassol Peco. Director Cáritas Diocesana de Ciudad Real · ¿Quién es “ese” que cuelga del madero? Esta pregunta supondría para un cristiano algo profundamente desgarrador. Que alguien, al paso del Señor crucificado no acertara a identificarlo… ciertamente traería dolor, tristeza y cierta desesperanza. La ausencia de Dios hoy en tantos hogares… bien puede suscitar esa pregunta de labios de un niño dirigiéndose a sus padres… dando estos la callada por respuesta al no saber o querer decir de quien se trata. Pues bien yo desde estas líneas lo proclamo: Quien cuelga de ese madero es el Cristo, el rostro divino y humano de la Misericordia, Señor de la Caridad. La “ternura” de Dios hecha hombre. El ser humano que más ha amado y sigue amando a todos y cada uno de nosotros. “El hijo del Dios vivo” (Mt 16,16)

¿Y quién ese Hijo? Esta pregunta salida de los labios, del corazón de un místico no tiene como respuesta el contenido teórico de un estudio sobre complejos conceptos, sino que es la fluida y serena, la sencilla y profunda expresión de una experiencia vital en Jesucristo, el Hijo, alimentada por la entrega completa a la voluntad de Dios y sumida en la gozosa contemplación de su Misterio más íntimo y dinámico, el Misterio de la Cruz acaecido en el monte Calvario.

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¿Y Quién es ese Dios para nosotros, que proclamamos el cristianismo en medio del mundo? Los creyentes sabemos que el Dios de la ternura, de la misericordia no es, ni puede ser tampoco una teoría, una idea por muy perfecta o humanista nos pueda parecer; siquiera el resultado de un proceso cultural, dialéctico, afectivo, intelectual o volitivo de nuestra mente. El Dios de la misericordia no es siquiera un dios “religioso”, cerrado en sí mismo, lejano y por lo tanto inalcanzable y extraño al hombre.

¿Quién es pues el Dios de la misericordia? El Dios del que tenemos la experiencia de ser pura Caridad. Un Dios que nos habla e interpela respetando nuestra libertad. “Movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV. Nº 2) Un Dios único y personal que sale al encuentro amoroso del ser humano al que ha ido dando a conocer su más profunda intimidad a través de su historia. En eso ha consistido y consiste hoy su verdadera y única Misericordia.

En la tradición histórica de Israel, Dios es, sobre todo el Autor de la Alianza, Dios Misericordioso y fiel, ”Dios de los padres” (Dt. 26,5-9). La culminación de la Revelación llega con la Encarnación de Jesucristo en quien Dios se ha manifestado plenamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la adopción divina. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama Abba, Padre. De modo que ya no eres esclavo sino hijo, y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”. (Gál, 4,4-7)

El Dios de la misericordia es pues el Dios de la Creación del que no sólo podemos ya saber de su existencia por la razón sino al que también y sobre todo podemos conocer porque Él mismo así lo ha querido, manifestándose al hombre a través del pueblo de Israel primero, descubriendo su identidad de una manera paulatina hasta Revelarla de manera total, única e irrepetible a todo el mundo en la figura de su Hijo Jesucristo como un Dios que nos ama y que nos amó hasta el extremo.

Un Dios que de manera gratuita y amorosa decide que el hombre pueda llegar a conocer la realidad que se da en su divina naturaleza, el Misterio de su realidad personal, la íntima realidad de perfecta relación entre las tres Personas, Padre, Hijo y el Amor entre ambos, el Espíritu Santo, a través de la Encarnación de Jesucristo en la historia del hombre, transformándola mediante la Resurrección, en la Historia de la Salvación.

“Ese es” quien pasa frente a nuestros ojos por las calles de nuestras ciudades en la Semana Santa colgado de un madero: El Cristo de la Misericordia, Señor de la Caridad. El Hombre que más amó y sigue amando hoy a la humanidad. Yo así, desde estas líneas lo proclamo de una manera gozosa y humildemente agradecido.

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