El día que Rafael Alberti me regaló su sirenita

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alberti0010José González Ortiz · Almagro 2 de Diciembre de 1986. La ciudad encajera acoge la “Cuarta Edición de Poesía Española” que organiza la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Almagro. Asisto en los Dominicos (actual Hospedería) como un invitado más al recital excepcional que el poeta/pintor Rafael  Alberti ofrece  en el vetusto y singular edificio. Me acomodo en la primera fila, lado derecho, formando parte del nutrido público que entusiasmado ha respondido a la convocatoria.

Grupo variopinto de anónimos incondicionales que esperamos nerviosos la presencia de aquel divo de la literatura, un fósil viviente de la generación del 27 ó de la “república” como otros dirían. Su presencia en Almagro fue posible gracias a la labor del puertollanense Manuel Juliá –periodista-escritor-poeta- y al escritor/crítico de arte ciudadrealeño José Luis Loarce Gómez (responsable técnico de La Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputación Provincial de Ciudad Real). Al cabo de un tiempo el escritor pasa a mi lado y lo sientan cerca de mí en la primera fila, en espera que comience el acto. Manuel Juliá satisfecho me lo presenta. Le doy la mano e intercambio unas palabras con él, entre otras le observo como una de mis abuelas era de La Rota, Cádiz. Se alegra. Me siento emocionado. Sólo por aquel momento ya valía la pena estar allí. Mientras abren la sesión, en la que interviene el entonces diputado de cultura Manuel Juliá y el actor y después diputado José María Arcos, mantengo una breve conversación con Rafael Alberti. ¡Quizás por hablar y romper cierto nerviosismo! Se interesa por mi abuela gaditana –Josefa Palomeque Arjona- y le digo que era hija de un funcionario de Aduanas del Puerto de Cádiz y que la conoció mi abuelo paterno, Ramón González Herrera, cuando a la Facultad de Medicina de Cádiz fue a estudiar medicina. Por otro lado le confieso mi admiración como poeta y también resalto su faceta de dibujante y pintor –quizás la menos conocida de su persona-. Él sonríe, me siente próximo, cercano. Se siente seguro y halagado. Me dice que ha cultivado los dos lenguajes desde siempre, aunque es más conocido por el género literario. Miro a la mesa donde se ha de sentar y a los presentadores del acto que hacen una introducción sobre la “Cuarta Edición de Poesía Española” y del ilustre iniciador que estaba allí, y que llegó acompañado de su esposa Nadia y del paisano –gaditano como él- Fernando Quiñones (fallecido en 1998). Quedaban unos minutos para su intervención, mientras tanto, abre una carpeta y mira el contenido: una selección de poemas y notas relacionadas con su recital. Observa al público serio y sereno, presintiendo complicidad, consciente de la magia que el momento generaba.  Los promotores del encuentro destacan  como Rafael Alberti había recibido unos años antes, en 1983, el Premio Cervantes de literatura, así como sus numerosos compromisos para asistir a tantos lugares como era requerido sin poderlos atender. Igualmente se destaca su producción literaria, exilio en Francia, Argentina, Italia hasta regresar a España…, cerca de cuarenta años de ausencia… Me aproximo a Rafael Alberti y le solicito algo que hacía tiempo estaba anhelando…, un dibujo suyo. Me mira extrañado (lo habitual es un autógrafo). Quedo cortado por mi atrevimiento. Hace un gesto de hombros, cierta desgana se prende en su rostro. Le muestro una cartulina de 45×35 ctms sobre mi carpeta y un par de rotuladores negros de distintos grosores que ha propósito había llevado ¡Después del recital!-me dice cediendo, animado y, pidiéndome comprensión. Comienza el acto. Hace un homenaje a García Lorca, Miguel Hernández, Machado…, así como otras composiciones líricas. Nos sumerge en la emoción dramática que su voz profunda, solemne a veces grandilocuente imprime  al recital, así como la ironía y cierto sarcasmo que acostumbra en sus declamaciones poéticas. Sus cánticos íntimos, callejeros. Finaliza su actuación, aplausos, el público se agolpa en torno a él, felicitándolo, estrechándole las manos, dándole palmadas y, algunos solicitándole un autógrafo. Permanezco sentado muy cerca de él en espera que la gente se retire. Bebe agua. Cuando se ha sosegado y mientras guarda sus papeles, aprovecho para felicitarle y recordarle mi anterior petición. Cierto complejo de pesado y oportunista me asalta, me ruborizo exterior e interiormente. Traga saliva, me mira cansino, me tiende la mano solicitándome la cartulina sobre mi carpeta y un rotulador. La apoya en la mesa y me dibuja con su trazo acostumbrado, seguro, sobrio y esquemático una Sirenita que porta en una mano una mariposa y en la otra un pez colgado de una cuerda, encima sitúa una estrella. Firmando abajo, ángulo derecho “R Alberti” y la fecha 2-12-1986. Me lo entrega esbozando un intento de sonrisa y mirándome fijamente a los ojos. Le doy las gracias y le digo que su dibujo lo guardaré con cariño y que en correspondencia al mismo –yo que no soy poeta- le haría una poesía. Me despido de Rafael Alberti con un cálido y agradecido apretón de mano. Él no se hace la idea del gran regalo que me ha hecho. Hoy lo guardo con orgullo enmarcado en casa. Muchas veces pienso que aquel día fui muy afortunado, pues además del histórico recital poético (en Almagro fue su última actuación en la provincia de Ciudad Real), de conocerlo físicamente e intercambiar una breve conversación con él, me obsequió con un recuerdo que siempre para mi tendrá un sentido y emocionado valor. Hoy cuando Rafael Alberti es ya un mito (en aquellos años era una leyenda) lo recuerdo con cariño y agrado. Gracias poeta de la calle por regalarme tu Sirenita.