Tras los pasos de Azorín y Cervantes en la ruta del Ingenioso Hidalgo

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Julio Llamazares presenta en Ciudad Real ‘El viaje de Don Quijote’, crónica de su periplo por los parajes retratados en la que define como “la gran novela española”

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Pablo Saiz de Quevedo · Ciudad Real Cuando a Azorín le encargó  en 1905 el director del diario ‘El Imparcial’ hacer una crónica siguiendo los pasos del Quijote por La Mancha, le entregó un sobre lleno de dinero y un revólver;  110 años después, el escritor y periodista Julio Llamazares atendía a un requerimiento similar del director adjunto de ‘El País’, cambiando el sobre por una tarjeta de crédito y prescindiendo del arma por ser tiempos más civilizados. Ese periplo, que de seguir los pasos de Azorín pasó a intentar emular las tres salidas hechas por el ingenioso hidalgo en el canon cervantino, da cuenta ‘El viaje de Don Quijote’, que el propio autor ha presentado en el Museo del Quijote esta misma tarde.

Acompañado por el catedrático Joaquín González Cuenca, la alcaldesa Pilar Zamora, y el director de la editorial Serendipia Ángel Serrano, Llamazares ha desgranado los pormenores de una obra que empezó publicándose por entregas en ‘El País’, y en la que ha intentado reflejar lo que ha cambiado España desde los tiempos de Cervantes a la actualidad. De ello, dice Llamazares, ha sacado una conclusión: “Ha cambiado mucho más España, a nivel paisajístico y a nivel de vida y comunicaciones, en el siglo que va de Azorín a mí que en los tres siglos que van de Cervantes a Azorín”, según dice.

Llamazares ha contado cómo preparó su salida releyendo ‘El Quijote’,, obra a la que describe como “la gran novela española” y principio de la novela moderna; cómo se encontró con la dificultad de que la obra de Cervantes nombra muy pocos lugares concretos, y cómo eso hizo especialmente complicado el segundo viaje. En esa salida, sin embargo, la suerte le deparó encontrarse en el valle de Alcudia con la Venta de Inés y con los encargados de regentarla, Felipe y su hija Carmen: “se conserva ahí el espíritu cervantino casi intacto”, dice, y explica que “oyendo a hablar a Felipe, parece que habla todavía la vieja lengua de la época de Cervantes”.

El humor de ‘El Quijote’

Llamazares también ha reivindicado el Quijote como novela de humor: “la han sacralizado tanto que le han hecho un flaco favor, porque parece que hay que leer ‘El Quijote’ de rodillas”, ha dicho, recordando que la elección de La Mancha como ambiente de su historia es un aspecto más de ese humor, situando a un imitador de las hazañas de los caballeros andantes en una tierra que es la antítesis de los lugares exóticos que describían las novelas de caballerías. Un espacio que, además, Cervantes conocía muy bien, al haber pasado por las tierras manchegas múltiples veces de camino a Sevilla o volviendo de ahí.

El autor ha querido igualmente dejar claro que la vaguedad de detalles sobre los lugares concretos en los que Cervantes sitúa su acción no es más que parte de su juego con el lector, y que intentar situar el “lugar de La Mancha” en una localidad u otra es un empeño “absurdo”. “’El Quijote’ es mentira todo”, resume, y eso no debe ser entendido como algo malo, porque a su juicio “la mentira es superior a la verdad” al permitirnos imaginar cosas más allá del mundo que nos rodea.

De paso, Julio Llamazares ha defendido la existencia de ‘El Quijote de Avellaneda’, que toca en su obra en la parte que dedica al paso por Zaragoza: “de no ser por ‘El Quijote de Avellaneda’, posiblemente no se hubiera escrito la segunda parte de ‘El Quijote’”, ha recordado, indicando que lo que motivó a Cervantes a retomar las aventuras del hidalgo fue la rabia por esta continuación apócrifa.