Así vivió en primera persona la almodovareña María José Carrero Viñas el terremoto de Ecuador desde su misión, a escasos kilómetros del epicentro

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En su periplo ecuatoriano.Oretania.es – Almodóvar del Campo (Ciudad Real) · En la madrugada del domingo 17 de abril pasado comenzó a saltar la noticia en España. La costa occidental de Ecuador acababa de sufrir un terrible terremoto con una magnitud casi cercana a los 8 puntos, que llevó la destrucción y a la pérdida de cientos de vidas. A escasos kilómetros del epicentro se encontraba una almodovareña, la misionera María José Carrero Viñas, de 43 años de edad. Vivió en primera persona el estremecimiento de la tierra y el dolor de miles de personas, sin ceder al desaliento humano y depositando una vez más a la fe en Dios. Varios meses después narra para Oretania.es aquel momento y el drama que sobrevino después. Lo hace en su casa familiar de Almodóvar del Campo, junto a sus padres y su abuela, donde está pasando unas merecidas vacaciones tras cuatro años de incesante trabajo.

Eran casi las siete de la tarde hora local. María José no se encontraba en ese momento en la isla de Muisne, el enclave misionero en el que ha venido residiendo en estos ocho años de labor en su misión ecuatoriana y que dista a unos 300 metros de la costa continental. Una separación que obliga, en todo caso, a utilizar la barca para trasladarse hasta la zona continental. Muisne es la cabeza cantonal, con lo que allí se ubican los órganos de gobierno con el Ayuntamiento al frente, también entidades bancarias, el hospital o el colegio. El resto de servicios está en tierra firme.

El trabajo parroquial de esta mujer comprometida y del resto de religiosas de su congregación, una docena, alcanza tanto a esta isla que cuenta con alrededor de 7.000 habitantes, como en los 60 pueblecitos, “capillitas” como matiza María José, “que visitamos regularmente”. Precisamente aquel domingo se encontraba la almodovareña en uno de esos otros enclaves, a unos siete u ocho kilómetros de la isla y estaba ya en el último tramo de su visita pastoral.

“La gente es muy acogedora allí y como era la hora de la cena me querían ofrecer un arroz, que es la comida más típica de allí y me quedé por deferencia a ellos”. Fue al cabo de darles la bendición que la catequista le pidió cuando “primero noté un temblor”, algo que inicialmente no sorprendía demasiado porque estos pequeños movimientos resultan allí normales hasta el punto de que “la gente convive con ellos”. Son de apenas un segundo, con sensación horizontal o vertical.

“Nosotros lo tomamos como había hecho otras veces y nos quedamos dentro de la casa”. Pero de inmediato, sobrevino el zarpazo telúrico. “El hijo es policía y enseguida se dieron cuenta. ¡No, no, no, esto es terremoto, salgamos, salgamos!”, relata la hermana comboniana, reviviendo aquellos instantes durante la entrevista que nos brinda en su casa familiar en Almodóvar del Campo. Aquí está disfrutando este verano del descanso vacacional al que tienen derecho en su congregación tras cuatro años de constante labor en la misión.

“Salimos corriendo como pudimos, –continúa-, porque la tierra era eso, que se movía y parecían olas. Nos tiramos al suelo, rezando, llorando, En fin… como pudimos pasar aquel minuto de tiempo”. No olvida que las casas y los coches se movían solos, unas “como que fueran abanicos” y los otros “en forma de olas”. Como se puede suponer, aunque hay que vivir algo así para tener conciencia de la envergadura, “fue un momento muy duro, angustioso”.

Como el día se apagaba, ya no había luz natural y como consecuencia del terrible terremoto el alumbrado artificial dejó de funcionar, junto con las redes de telefonía. “Nos quedamos completamente desconectados”. En medio de esta incertidumbre, lejos de su isla como estaba, “lo primero que pensé fue en la posibilidad de que se produjese también un tsunami, porque los habitantes de allí enseguida dijeron que la escala podía estar en 8, es altísima la magnitud”. Se puso en lo peor y ciertamente no iba muy desencaminada por el balance 700 muertos que dejó el seísmo en aquellos territorios de Ecuador que se vieron afectados.

Una de las terribles imágenes que dejó el terremoto del pasado mes de abril.Su deseo era ir a la isla y, en la confianza de que no habría una gran réplica inmediata, pudo ser trasladada en coche hasta la zona de embarque desde la costa. Su pensamiento seguía puesto en las hermanas de la misión, especialmente porque hay algunas de mucha edad, y también en el resto de habitantes de la ínsula. A medio camino en el trayecto ya comenzó a vislumbrar, a lo lejos, todo el flujo de gente que huían hacia la costa. “Eran miles las personas saliendo” y, entre ellas, encontró a hermanas y otras tantísimas personas conocidas, “con sus pertenencias, con sus colchones, con niños heridos, como en éxodo, saliendo en sus barcas como podían”, rememora.

Una capilla en Pueblonuevo permitió dar cobijo a unas 300 personas, repartiéndoles agua, algo de alimento y no tienen otro mejor colchón que el suelo pero, al menos, estaban lejos de la isla. También la solidaridad del prójimo irrumpió entre el caso, en  casas de familias que viven un poquito más dentro en tierra firme, viviendas que se convirtieron en albergues improvisados para el resto de tantísimos isleños como habían dejado atrás el mar.

El reencuentro con la isla
A la mañana siguiente María José ya pudo cruzar al otro lado. Primero estuvo en la casa misional, donde habían permanecido compañeras. “Gracias a Dios, no les pasó nada y tampoco a la gente que también se quedó, salvo heridas curables”, señala. Sí hubo que lamentar algún fallecimiento sobrevenido por ataques al corazón o por otras complicaciones, pero no directamente por derrumbamientos. Y eso a pesar de que un 75% de las casas quedaron inhabitables, tanto en Muisne como en el resto de la zona, “al contrario que en la costa más al sur de Ecuador y eso lo vimos también como un milagro, algo por lo cual dar gracias”. Algunos vecinos de esta región, sin embargo, sí perecieron en esos enclaves más meridionales donde se encontraban de vacaciones.

Al final fue necesario levantar un campamento porque las pérdidas fueron cuantiosas. “El terremoto levantó las calles, estaban cuarteadas, todo lleno de agua, como que el mar subió y anegó toda la isla y luego ya bajó. Todo un desastre como si fuera un campo de batalla”, explica María José. El colegio de la misión quedó cuarteado y hubo de ser derribado del todo. En la iglesia, las imágenes de los santos y demás enseres cayeron por los suelos. Las consecuencias apenas pasaron de cosas caídas al suelo también en “nuestra casa era nueva que era de hacía cinco años y los cimientos eran buenos”. Una ausencia de daños estructurales, “a diferencia de las casas de madera de la gente, que no tiene ninguna base y ahí sí hubo colapso”.

En su periplo ecuatoriano.Como es habitual cuando una tragedia así copa el interés informativo mundial, pronto se hicieron sentir las ayudas, internacionales y nacionales y de la solidaridad de las mismas familias en otros lugares de Ecuador. “Empezó a llegar agua, arroz, latas de atún y con lo que teníamos empezamos a cocinar”, gracias a grupos organizados de personas que también distribuían al resto los alimentos. Y se tuvieron que pedir letrinas “porque no había cómo y aquello no era adecuado en higiene”; eso sí, tardaron varias semanas.

El apoyo, cariño, solidaridad, trabajo de la misión a la que pertenece María José sigue siendo fundamental. “Las hermanas teníamos tres sectores de trabajo, la educación, el trabajo de promoción de la mujer y yo en temas de catequesis pastoral y acompañamiento a las familias a un nivel más espiritual, con ese sentir cristiano. Y cada una teníamos nuestra propia responsabilidad pero con el colegio yo estaba muy en contacto porque he dado también charlas de formación a los niños y jóvenes, de ahí mi agradable amistad con la rectora”, explica.

El obligado cambio de planes en la misión comboniana
Una labor que, sin tener en cuenta la tragedia que se ceñía, iba a cesar tras 50 años de presencia en Muisne. Con antelación se habría previsto para el 17 de abril, una misa de celebración de estas bodas de oro con la región, pero que “también por una cuestión de falta de personal a nivel nuestro, humano, íbamos a tener otro destino en otra zona de Ecuador”. Todo estaba previsto, con la presencia incluso del obispo para, una vez finalizada la ceremonia religiosa, “retirarnos”.

“Pero imagínate lo que pasa y cómo dejar a la gente en ese momento, desamparada. Ellos nos dicen, no ha habido víctimas porque ustedes, madres, habéis visitado las casas por una semana antes del terremoto”, aludiendo a la ronda de visitas que, casa por casa, habían realizado las misioneras en la semana anterior para despedirse personalmente de los habitantes, de dentro de la isla y de fuera. “Y la gente, en su fe, entendió que eso había sido una bendición que había protegido a sus familias. Algunos también les decían que eso era una señal para que ellas se quedaran allí. Son maneras que la gente tiene para expresar que nuestra presencia es muy valiosa”, en palabras de María José.

En su periplo ecuatoriano.“En ese momento yo me siento con el corazón quebrantado porque estaba ante una salida y, al mismo tiempo, ante una situación que requería nuestra presencia más que nunca. Ahí entran ya las coordinadores que tenemos en la institución y en la congregación misionera y ven que la realidad no es para dejarlo. Yo ya tenía planificadas mis vacaciones y tenía que salir. Lo bonito es que uno se siente que trabaja, donde hay una misionera comboniana estamos todas, donde hay un cristiano está la Iglesia y entonces ahí se quedaron otras misioneras y empezaron a turnarse una semana dos hermanas”, añade.

En definitiva, como el terremoto fue una emergencia a nivel nacional, “la Conferencia Ecuatoriana de Religiosos a nivel ecuatoriano tomó también parte e invitó a todas las congregaciones que pudieran y quisieran a dar también una respuesta. Por eso, finalmente, llegaron teresianas y de otras congregaciones a la casa donde estábamos, dando sus servicios de apoyo a la gente, repartiendo alimentos, visitando las casas, apoyando con una palabra de aliento, de consuelo, de esperanza, de presencia de Dios que acompaña”. Por tanto, la presencia religiosa ha continuado también con otras fuerzas “porque las misioneras combonianas ya nos desbordaba toda la situación que había”.

La isla de Muisne y su entorno en costa firma. (Capura en Google Maps).Este nuevo modelo tiene un precedente, “muy bonito”, que se puso en práctica hace ya cinco años en otro lugar que fue pasto de terremoto, Haití. Allí también entró mucha ayuda económica, que sin embargo, como refiere María José, “los gobernantes no emplearon como se esperaba […] y se vio que nuestra presencia como religiosos podía ser importante”. Esta comunidad intercongregacional pionera la forman jesuitas, mercedarias, combonianas, del Espíritu Santo,… “tres o cuatro hermanas, demostrando que es posible y da buenos frutos”.

En Muisne, donde la misión comboniana ha decidido mantenerse bajo esta fórmula que pretende “dar respuesta a estos lugares o a estas situaciones de pobreza, de misión”, aúnan ya esfuerzos una comboniana, una teresiana, una dominica y otra carmelita. “Las cuatro viven, hacen comunidad aunque vengan y procedan de carismas diferentes y viven en el lugar, trabajando y rezando como vida consagrada. Cada congregación suma sus propios recursos a las demás, en una manera de solidaridad y también otra manera de decirle al mundo vivir juntos de diferentes nacionalidades, de diferentes edades y procedencias es posible, con sus dificultades, sus logros, pero es posible si ponemos las fuerzas en conjunto por un fin”.

También reconoce la misionera almodovareña que esta reorganización “es también una consecuencia de los signos, de los tiempos que son así, que nos empuja a ser creativos y a dar nuevas respuestas a esta situación que vivimos”. Algo que por una parte tiene también de positivo que “nos acerca más los unos a los otros cuando antes se gestionaba autónomamente según cada institución y ahora se trata de coordinar, colaborar, dialogar, trabajar juntos. Otra nueva forma de presencia que cada vez se está poniendo más en práctica y que veo bien, siempre guardando también la identidad propia; es un equilibrio”.

Las consecuencias siguen sin remedio
Transcurridos varios meses ya, una vez que la atención mediática ha pasado, el drama de que tantas tantas personas y familias tengan dudas sobre cómo retomar su actividad cotidiana normalizada parece aún lejos de solucionarse. ¿Cómo poder levantar de nuevo sus hogares? ¿De qué vivir? Es algo que a este lado del mundo está prácticamente en el olvido colectivo, pero son las preguntas cotidianas para tantísimos miles de ecuatorianos.

Concertada la entrevista con Oretania.es, María José tuvo a bien de antemano tomar el pulso a la realidad cotidiana de Muisne más actual poniéndose en contacto con la rectora del colegio de la misión, al objeto de poder trasladar a través de esta información lo último de lo último.

En su periplo ecuatoriano.Marieta, que así es su nombre de pila, le reconoce en su relato que la reconstrucción de viviendas, “hasta ahora, solo es de boca”, dado que no se habían producido aún ayudas gubernativas en ese sentido. “Los que pueden están levantando su vivienda con su esfuerzo a pesar del impedimento de edificar en la isla porque consideran que estamos en zona de altísimo riesgo”.

Las raciones alimenticias estatales tampoco son ya el pan de cada día, “solo dicen que están dotando de las mismas a los albergues oficiales” y, en este sentido, la única ayuda que seguía existiendo venía de la mano de la Iglesia, coordinada por los padres y las madres. La contribución de Cáritas también era indispensable en este sentido.

Por otro lado, “la gente se está buscando cómo reactivar su economía. Hay préstamos en Banecuador; el único impedimento que hay para acceder a estos créditos es que nadie quiere servir de garante”. Y la isla quedó “totalmente abandonada por las autoridades”, hasta el punto de que no había un alcalde, jefe político o comisaría al que poder recurrir y, como refería Marieta, “por eso quieren hacer con nosotros lo que les da la gana, pero allí no paramos y no les vamos a permitir que nos desalojen”.

En su periplo ecuatoriano.Una “dura” pelea en la que también ha mermado el cuerpo oficial de maestros, otra vicisitud para un colegio que finalmente ha tenido que ser demolido y sustituido por unos “aulitas de caña” muy “acogedoras”  pero suficientes para seguir “dando respuesta a los niños que han quedado en la isla para que sigan teniendo educación”. Esta rectora, no obstante, dice que “no me cansaré de pedirle al Señor sabiduría para enfrentar todo este proceso”.

“Lo cierto es que los únicos que han quedado allí con el pueblo es la Iglesia. Los demás han huido… Gobierno endeudado y había subida de impuestos previéndose otra más y la población ya se estaba rebotando con esta situación y ahora el terremoto ha sido ya lo que ha colmado esta burbuja que ha explotado”, apunta.

La isla está 15 centímetros más alta
Según estudios del Instituto Geofísico, la isla con el terremoto subió quince centímetros, “lo que eso significa que ya en aguaje [marea] no subirá el agua a las calles como lo hacía antes”. Ecuador tiene meses de lluvia y meses de menos precipitaciones. Cuando sucedió el terremoto era época de lluvias y “de hecho era penoso ver los albergues, que era tiendas de campaña negra, muy oscuras para el calor, lloviendo, todo barro, fuera de estas tiendas de campaña. Y la gente vive con una situación de higiene casi inexistente y muy precaria. Mojándose porque a veces cae y se llena todo de agua, las casas”. Sus temperaturas suaves, sin extremos pero sí muy húmedo “con sensación de ahogo”, ayudó en cierta manera en todo este cataclismo, “porque si hiciera frío o calor en estas situaciones madre mía, no sé cómo sería”, refiere María José.

Ahora en la zona del terremoto hay más necesidad que antes, sobre todo a nivel psicológico. Hasta casi finales de julio se habían producido unas 2.300 réplicas, algunas de cierta envergadura. “De manera que hay un desgaste emocional y de las personas que están en una confusión y en un miedo y en un dolor muy grande. Y eso necesita apoyo humano a través de la oración que, para mí, es la energía y la fuerza más poderosa para poder ayudar a esta gente a vivir con fortaleza”, sugiere esta mujer que inició su vida como misionera bastante lejos de allí, en Kenia.

En su periplo ecuatoriano.“A nivel material una necesidad de reconstrucción de la vida, de ayuda para que la gente pueda volver a sus negocios, a vivir en una casa y eso ya no llega. Lo que llegó fue la emergencia, agua, arroz,… porque es normal, la gente se vuelca en ese momento cuando ve las imágenes,…”. E insiste  en que “tenemos que tener una conciencia de que en este momento cuanto más allí están pidiéndonos con sus manos que nos acordemos de ellos y quizás esto es lo del Evangelio, ‘que no sepa tu mano derecha, lo que hace tu izquierda’. El primer momento es todo ayudar, pero ahora es una ayuda silenciosa, una ayuda que no llama mediáticamente la atención pero que es imprescindible y necesaria para que estas personas puedan recobrar su dignidad, su felicidad, su vida”.

A nivel material María José Carrero Viñas no aconseja colaborar desde aquí, sobre todo “porque ya los aranceles son altísimos, a no ser que sea a través de una ONG que mantenga un concordato con el Gobierno y se les hayan condonado, pero si no hay que pagar mucho”. Por eso es mejor ayuda económica.

VÍAS DE AYUDA ECONÓMIA A TRAVÉS DE LA MISIÓN COMBONIANA

Beneficiario: ISTITUTO DELLE SUORE MISSIONARIE PIE MADRI DELLA NIGRIZIA
Viale Tito Livio 24 – 00136 Roma

Banca: CREDITO VALTELLINESE
Via S. Pio X, 6/10    –    00193   Roma
Codice IBAN: IT 93 A 05216 03229 000000069290

Cuando se haga el depósito hay que enviar un correo a la hna. Orietta, (procura@combonianeroma.org) diciéndole la intención:
Para la hna. María José Carrero en Ecuador por el terremoto se ha enviado la cantidad que corresponda.


A través directamente de España:

Banco Popular
Nº de cuenta: ES 5300750167210704061947

Destinatario: Misioneras Combonianas
La intención Terremoto Ecuador

Escribir a la dirección de correo electrónico después de hacer el deposito economacombonianas@yahoo.es para informar del depósito y así quedar tranquilos de que está en la cuenta.

Estas cuentas están también habilitadas para cualquier otro donativo para la misión.

Aunque hay varias posibilidades, como la accesible Cáritas, las misioneras combonianas también tienen una cuenta bancaria para ayuda al terremoto que “llega directamente a nosotras, a las hermanas en Ecuador que lo pasan o a Muisne o al Vicariato de Esmeraldas, para que ellos desde ahí enseguida puedan distribuir las ayudas, a través de lo que son los misioneros. Es una ayuda directa, algo que puedo decir porque estoy dentro. Ingresas, llega allí y justo para lo que se necesita. Alimentación, reconstrucción con materiales, para la vivencia de los misioneros”.

Desde septiembre, nuevo destino en el corazón de la selva
En poco más de medio mes María José concluirá su imprescindible periodo de descanso, el necesario para recobrar fuerzas a nivel físico y mental tras los intensos cuatro últimos años de labor con la gente, con muchos menos bienes materiales que nuestras latitudes, pero indudablemente con una visión de la vida más pura y natural. El 2 de septiembre empieza una nueva etapa misionera, esta vez en plena selva amazónica, en Santa María de los Cayapas.

En su periplo ecuatoriano.Un enclave bien alejado del mundanal ruido, sobre todo si se tiene en cuenta que para llegar allí requiere de un trayecto de dos horas en lancha motora río Cayapas arriba, desde Borbón, el núcleo urbano principal en muchísimos kilómetros a la redonda. Ella es consciente de que su nuevo destino “está muy aislado, en el interior de la selva y sus habitantes son tanto afrodescendientes como indígenas que se llaman cayapas y que viven en comunidades que se asientan a lo largo del río”. Su congregación inició ya presencia ahí hace tres lustros, “acompañando y dando una respuesta”.

En este punto se reencontrará ocho años después con su pasión por lo pedagógico, dado que su labor estará centrada en el colegio, atendiendo a niños desde 5 años hasta 18 de edad. “Un arco muy amplio, con 300 alumnos y también como delegada del obispo. Estoy muy ilusionada”. En África ya trabajó en esta faceta y cuando recaló en Ecuador quiso hacerlo más directamente en la catequesis y pastoral, si bien dentro de ella siempre ha seguido vivo su afán por la enseñanza.

A su juicio, “el trabajo con los niños y la juventud es muy importante y decisivo”. Y entiende que el mejor sitio para poder trabajar en este sentido es en la escuela. “Lo pedí y existía esta posibilidad porque estaba vacante y entonces regreso”. Allí se organizará junto con más compañeras y trabajando con un equipo de gente local que ya fue preparado por la misión. “No todo el mundo quiere ir a estos lugares y a profesores mismos ecuatorianos los llamas de fuera para venir a trabajar aquí y no, rehúsan, porque sus familias están fuera, el sitio está lejos, es muy difícil la comunicación”, explica.

En su periplo ecuatoriano.Estar con niños le gratifica como bien sabe. “Con ellos trabajas durante años, los ves crecer y cómo van aportando algo a su misma comunidad. Esto es como decía Comboni [fundador de esta congregación], salvar Ecuador con Ecuador mismo, que es de lo que se trata, salvar África con África. Nosotros solo somos agentes que ayudan a que ellos mismos se formen, tomen conciencia y luego puedan ayudarse entre ellos”.

En general, en Santa María de los Cayapas hay un millar de personas. “Son pueblecitos más reducidos y luego hay a lo largo del río otros asentamientos que también recorremos”. La pesca ha sido su fuente principal de vida, así como la siembra del cacao en el monte, “o lo que pueden, pero la realidad actual que me han dicho es que hay minería en la cabeza del río y han cogido empresas multinacionales que no guardan todos los procedimientos ambientales y lavan lo que extraen con químicos que van al río y han contaminado la fuente de vida de esta gente”.

Así, María José tiene ilusión por regresar y “pidiendo fuerzas al Señor, porque los terremotos no son fáciles y vivirlos otra vez es como regresar a la boca del lobo”, algo que dice con cierta sonrisa. A Muisne tiene intención de desplazarse solo ya para visitar conforme le permita su disponibilidad. “Por la gente y saludarla pero mi trabajo está ahora en otro sitio”.

El origen de su vocación
Almodóvar del Campo tiene en su orgullo que dos referentes de la vida cristina naciera al mundo en ella, san Juan de Ávila y san Juan Bautista de la Concepción, algo que viene marcando por generaciones a muchos almodovareños. Tal vez eso, de alguna manera, también está en el embrión de la entrega vocacional de María José.

Ella reconoce que “la raíz de todo está aquí, en Almodóvar”. Ella no ha vivido muchos años en su ciudad natal, “pero los que viví fueron fundamentales”. Y es así “porque mis padres son de  aquí y en ellos he mamado los valores, la fe, el amor a la Iglesia y eso va calando. Nunca planteándome ningún tipo de vocación, pero va entrando”. Cuando comunicó su decisión final a su familia, la primera reacción fue de sorpresa y la primogénita de la familia replicó que si siempre le decían que debía darse “prioridad a los más pobres, a darles nuestra mano a quienes vienen a pedirnos algo, a darles nuestra mano y ahora que yo les daré las dos me pones una queja”.

Junto a sus padres y su abuela.En este lento pero seguro camino de preparación, también atesora en su corazón el hecho de que siendo pequeña oyó “a un misionero decir que no todos los niños en el mundo conocían a Jesús. Eso ya a mí me cuestionó cómo era posible, que no hicieran su primera comunión, que no fueran a la iglesia, que no cantaran y me resultó muy raro. Fue otra semillita que quedó dentro de mi”.

Y otra anécdota más, otra señal. Con diez años María José siempre iba a la iglesia del pueblo para pedir ante el Santísimo, “porque mi abuela Teresa siempre me dijo que Dios siempre escucha a los niños primero”, otro hermano. “Mi madre tuvo a mi hermano Juan Bautista, pero luego tuvo un aborto y yo me quedé como con esa esperanza de tener otro hermano y recuerdo que todos los días, cuando salía de la escuela, después de haber ya hecho la primera comunión, me ponía de rodillas ante Él y pedía a Jesús que me diera otro hermano. Como veía que no me atendía, yo le decía ‘te doy un año de mi vida, te doy dos’,… hasta que le dije ‘te doy toda mi vida y tú ya verás lo que haces’. Al mes mi madre se quedó embarazada de mi hermano Paco”. Eso quedó ahí y ella siguió su vida.

“Interiormente, como persona, había quizás una necesidad de ser querida, importante, de hacer algo por los demás, ser útil. Y me acuerdo que ya en el Instituto, antes de la Universidad, en esos años, mi intención era ser alguien que inventara algo para hacer este mundo más vivible, mejor, más cómodo”. Acabada su etapa de Secundaria fue a estudiar Físicas a Madrid. “En la Universidad es muy importante con quien te juntas y mi capellanía participaba en grupos. Allí encontré a una compañera que, invitándome a un grupo misionero de los combonianos, los fines de semana empecé a asistir solo por curiosidad y también porque me encantaba viajar”, apunta.

Le atraía también una Iglesia abierta a otras culturas, a una manera muy cercana de tratar a la gente. “En esos años empecé a tener esa visión amplia de lo que es la injusticia Norte-Sur de un mundo globalizado, pero donde hay una realidad mundial de opresión de unos con otros, de intereses. Entonces yo ahí me planteé como joven ¿yo, qué quiero hacer? ¿Cuál es mi aporte para hacer de esta vida y de este mundo algo mejor? Una pregunta que creo que es muy importante”.

En su periplo ecuatoriano.Así, en estos contextos de nuevas amistades e inquietudes internas, acabó por conocer a San Daniel Comboni, “un hombre con mucha pasión, mucha entrega en los años 1880-1900 por un pueblo muy abandonado, los africanos, a los cuales se consideraba que ni siquiera tenían alma y él da su vida por ellos a nivel eclesial, a nivel humano”.

“Esa radicalidad a mí me va calando de gente que encuentra en alguien diferente a un hermano, a una persona desde el punto de vista siempre de la fe. Eso me cambia. Tengo un retiro y un cuento que entendí que era para mí, el cuento de ‘la caña de bambú’, que hay muchas cañas de bambú en un jardín y el jardinero pide a una de ellas que la necesita para cortarla, le pide permiso y accede; luego le dice que la tiene que cortar por la mitad y se opone pero accede al final; también le pide que tiene que sacar todo dentro y el fin era para ponerla como un canal entre la fuente que había y el campo para que el agua pasara por ella. Y entendía que esa caña era yo. Era por Pascua y di un sí”. Lo hizo unos meses antes de concluir la carrera universitaria.

En su postulantado, experimentó “alegría” en su primera fase de preparación. “Es como que Jesús, mis cualidades y mis capacidades las tomó como esa promesa que yo le había hecho en un diálogo conmigo, para un bien mayor según su proyecto para todo el mundo. Ahí mi disponibilidad se la di. Él la tomó y con lo que tenía contó y me ha ido capacitando en el futuro”, dice María José.

Ahora, desde su experiencia, invita a “romper prejuicios, porque siempre las monjas, la vida religiosa se suele ver como que no hay otra salida. Pero hoy puedo decir que el regalo más grande que Dios me ha dado es esta manera de servicio aquí, en este mundo, para ayudar a las personas a que vean la vida bajo un modo nuevo, en el cual nos jugamos nuestra felicidad y nuestra armonía y eso solo lo puede dar el encuentro con un Dios vivo, el encuentro con el Dios verdadero que es Jesucristo”.

Y concluye: “En mi experiencia, puedes tener muchas cosas materiales, mucho bienestar, eso es algo muy importante, pero si no hay una sanación a nivel espiritual, la persona no llega a la realización plena de su ser y creo que esa es la manera en la cual Dios me llamó a través de la vocación de servir a los más pobres a encontrarse con esta sanación física y espiritual para mejorar su calidad de vida y su dignidad como persona y es fantástico”.

El contraste con el occidente actual
Almodóvar del Campo se asienta en una de las sociedades occidentales avanzadas. El consumismo y el contar con bienes y servicios que dan confortabilidad a la vida contrasta con una pérdida generalizada de valores que, independientemente de las creencias religiosas, contrasta con ese espíritu de ayuda diaria y entrega cotidiana para quienes, realmente, no tienen muchos medios para vivir lo más dignamente posible.

“Pienso que el mal del hombre es el olvido de su origen. Eso lleva a un individualismo extremo, a un egoísmo que nos hace olvidar de la responsabilidad y de la gratuidad, de los valores que crean la felicidad y la armonía”, refiere ante esta cuestión que se le traslada.

En su periplo ecuatoriano.María José, en todo caso, prefiere pensar en cómo dar un giro de 180 grados a esta realidad. “La cuestión es cómo hacer a las personas recordar este origen y cuando llegamos a este punto, cuando la persona se encuentra con su propia esencia, ahí puede haber una apertura hacia algo más fuera de nosotros mismos y encontramos esta manera de vivir diferente, creándose relaciones entre nosotros nuevas. Pero todo parte del recordar quiénes somos. Si nos olvidamos de eso, el hombre se vuelve un lobo contra sí mismo, contra el propio hombre. Son las dos partes del ser humano, como esos cuentecillos que hablan de la parte del lobo que quiere avasallar y la de bondad y de luz. Y eso no depende de la calidad de vida que tengamos, va más allá”.

Esta misionera ha conocido que el ansia por acaparar, la avaricia, es un mal que atañe tanto a sociedades avanzadas donde algunos se organizan para quedarse con todas las entradas para una representación teatral como en sitios afectados por catástrofes naturales, tratando de llevarse todos los colchones posibles para los suyos. En ambos casos, no se mira por un prójimo que también tiene derecho. “Por eso decía que es tan importante tener la sanación física, es decir, tener cubiertos nuestras necesidades, pero también la espiritual, una sanación moral. Si no, podremos vivir en sociedades más o menos avanzadas, pero la realidad es que las relaciones seguirán siendo de interés y egoístas”.

Remedio insiste en que hay. “Yo soy humana y veo que aquí estamos en una experiencia de aprendizaje en la que nos chocamos a veces contra nosotros mismos, pero creo que de todo esto se aprende en nuestras propias experiencias en la vida. Muchas veces generando sufrimiento y eso nos lleva a entrar dentro de nosotros mismos y eso nos hace mejores personas sin lugar a dudas. Estamos caminando cada vez hacia mejor”.

Fundamental es “sembrar entre los más pequeños, en la escuela y en casa, con la familia”. Habla también de trabajar en valores, “no solo ya enseñarle matemáticas, que 2 más 2 es igual a 4, sino que claro hay que trabajar en colaboración con los padres, en la familia que es donde más se mama, pero desde la escuela que pasa mucho tiempo organizar actividades en las que ellos sea protagonistas de esta generosidad, de compañerismo, de este compartir, de esta solidaridad entre ellos mismos”.

Algo tan sencillo como promover, según cuenta, “que es mejor es el que da más, el que sobresale por sus capacidades de ayudar al compañero y aplaudir esto, no aplaudir al que compite más y aplasta al otro para sobresalir o hace una pillería, no, no… Tener otro tipo de vivir y de relacionarse”.

En su primera etapa como misionera, en Kenia.Eso es algo que pudo comprobar, de primera mano, en su primera etapa de misionera, en Kenia. “Recuerdo la gran capacidad de lucha por mejorar, de la gente, de los jóvenes, de los niños, el sacrificio que hacían por estudiar con lo poco que tenían y las ganas de querer ser alguien, de mejorar. Eso quedó en mí grabado como algo que me estimuló en mi vida, a no rendirte, a confiar mucho en Dios, Dios está con nosotros, Dios nos ayuda, lo tenemos como parte de la vida cotidiana”.

Una confianza que queda plasmado incluso en lo oficial. Allí en los discursos institucionales “siempre se empieza dando las gracias a Dios y personas importantes, siempre con esta inclusión al Divino. Hay una relación muy cercana con un Ser superior y luego hay que purificar el entendimiento del mismo, porque de ahí deriva nuestra felicidad. Y eso me llamó la atención en África ,su relación con lo sagrado y la capacidad de lucha y de superación de la gente”.

Una filosofía de vida que tiene bien firme en su interior y que, también estos días en su pueblo de nacimiento, difunde. María José se muestra como una hija más que ayuda a sus padres, como la nieta que da cariño a su querida abuela, como una tía que acude al parque con su sobrino, como una voluntaria de la parroquia que incluso dirige la parte de la ‘misa de los niños’ a ellos destinada o que vive las fiestas y las tradiciones locales participando en ellas con los suyos. Dentro de cuatro años volverá de vacaciones.

Mensaje que quiere compartir María José con los lectores de Oretania.es