Cuento de Navidad de Javier Márquez del libro Tacones Rojos

Publicado el
Advertisements

Cuento de navidadPapá Noel y los tres Reyes Magos celebraban la reunión anual que siempre tenían al final del verano con el objeto de preparar la campaña de distribución de regalos navideños desde los tiempos inmemoriales en que se repartían las preferencias de todos los niños del mundo; estaban situados en un lateral de una enorme nave, utilizada de almacén de juguetes cuando se acercaban estas entrañables fechas, y el orondo y solitario Papá Noel fue el primero en hablar para decirles a los tres Reyes Magos:

—Señores, puedo y debo demostrar irrefutablemente que el alma de los humanos puede prescindir de la caridad, no así de la solidaridad.
El rey Baltasar, que dada su mayor capacidad intelectual se había erigido en portavoz de los tres Reyes Magos, entendía muy bien lo que quería decir el viejo y sarcástico Papá Noel, y a su vez le dijo:
—Mis compañeros y yo hemos venido a esta reunión desde el lejano oriente deseosos de escuchar tus razonamientos y esperando que signifiquen una mejora sustancial sobre todo lo que hemos estado haciendo anteriormente.
El legendario ente de traje rojo tenía perfectamente preparada su argumentación y como gran lector que era se inspiró en los más grandes autores de todos los tiempos y les expuso:
—Hay que fundamentar las posturas y explicar las conclusiones debidamente, por eso os comunico que mi propósito es meramente asombroso y aunque mi empresa no es difícil esencialmente, he de deciros que me bastaría con ser inmortal para llevarla a cabo.
El rey negro, mirándolo fijamente, soltó una sonora carcajada y le dijo con todo el cariño que le profesaba:
—No pierdes tu sentido del humor, ¿eh?, viejo gruñón, ¡siempre tan ocurrente!
Estaban en estas sátiras filosóficas, medio en broma medio en serio, cuando desde algún rincón de esa enorme nave llena de juguetes empezaron a oír unas notas perfectamente ejecutadas al piano que armonizaban una evocadora melodía junto a un violín, y hacían llegar su estupendo sonido a todos los rincones del recinto. Extrañados por la repentina e inesperada cadencia musical, dejaron de hablar y se levantaron los cuatro para dirigirse hacia el extremo de la nave desde donde procedía el maravilloso sonido. Estaban allí de incógnito, nadie más que unos pocos ayudantes en forma de pajes sabían de su ubicación por estas fechas, así que, para no ser descubiertos se acercaron con sigilo y pertrechados detrás de unas gigantes estanterías vieron que la que interpretaba la música era una bonita joven sentada frente a las teclas de un piano lacado de un inmaculado color blanco. Cerca de ella, subidas sobre una plataforma redonda que giraba como una especie de tíovivo, había otras dos chicas ataviadas con unos bonitos vestidos de tul; una, tocaba un violín color rojo fuego, y la otra, bailaba con desenvoltura al compás de las notas de ambas.
Los cuatro seres mágicos se miraron entre ellos nerviosos e intranquilos por el peligro de ser descubiertos, cuchichearon durante largo rato sobre qué hacer. Al fin, decidieron que el rey Melchor, que era tenido por el más afable de todos, se acercase a preguntarles qué hacían allí.

Entonces, el rey de barba blanca les preguntó:
—¡Hola! ¿Qué hacéis aquí?

La pianista, con una bonita sonrisa y sin detener su interpretación al piano, le dijo:
—Venimos aquí todos los días a hacer lo que más nos gusta. Bailar y tocar los instrumentos musicales.

En ese momento la bailarina y la violinista levantaron la cabeza, retiraron su cabello de la cara, y el rey Melchor sorprendido vio que eran exactamente iguales entre ellas… ¡e idénticas a la pianista! Eran trillizas.
—Diles a tus compañeros —le soltó de sopetón la bailarina, también sin dejar de danzar— que pueden salir de su escondite. Mis hermanas y yo sabemos quiénes sois.
Los otros tres seres fantásticos que habían quedado escondidos, al oír lo que dijo la chica, quedaron mudos de sorpresa pero decidieron salir de inmediato para intentar desentrañar lo antes posible todo aquello tan raro que allí parecía estar ocurriendo.
El rey Gaspar les preguntó:
—¿Qué es eso de que sabéis quiénes somos?
—Nuestro padre siempre nos traía aquí desde bien pequeñas —dijo la violinista, al igual que sus hermanas sin dejar de tocar su instrumento— y os hemos estado observando todos estos años desde un escondrijo que él tenía preparado. Escuchábamos lo que decíais en vuestras reuniones previas al reparto de juguetes.
En ese instante, la pianista dejó de tocar y las tres al unísono se pusieron a mirar al cielo a través de una pared lateral de la nave que tenía un gran agujero a la vez que les cambiaba radicalmente el gesto de la cara.
—¿Qué ocurre? —preguntó Papá Noel—. ¿Por qué habéis dejado de tocar? ¿Por qué os habéis puesto tan serias?
—Acaba de pasar —habló la pianista con voz triste—, siempre ocurre a esta hora, a muchas horas, a demasiadas horas. Quizás ocurre a todas las horas. Y cuando eso sucede, mis hermanas y yo dejamos de tocar nuestros instrumentos y de bailar.
—¿Y qué es lo que ha ocurrido? —inquirió preocupado el rey Gaspar que no había advertido nada extraño.
—Son bombas —contestó tajante la bella joven—. En algún sitio del mundo siempre hay alguien bombardeando a alguien. Y esas ráfagas que se ven cruzando el cielo son las estelas que dejan los misiles. Llevan en sus entrañas muerte y destrucción.
—Entiendo —dijo el rey mientras sus compañeros asintieron apenados.
—Me llamo Melódica —se presentó la pianista —. Estas son mis hermanas Armónica y Simétrica. Somos de un pueblo cercano. Pero está casi todo destruido. Quedan poco más que ruinas.
—A nuestro padre —continuó secundando a su hermana, Armónica la bailarina— lo mató uno de esos detestables misiles que llevan pintada alguna maldita bandera, de esas que no representan a nadie y que surcan el horizonte para caer de manera indefectible sobre los inocentes. Nuestra madre está encamada convaleciente de una enfermedad por falta de tratamiento médico y farmacológico. Hacemos todo lo que se necesita en casa y la cuidamos, cuando terminamos nos venimos aquí a tocar el piano, el violín y a bailar. Es nuestra tabla de salvación. Allí todo es oscuridad tenebrosa y aquí la música nos aporta luz y alegría. Es un pequeño milagro.
—Y para ello —terminó por intervenir Simétrica—, usamos esta nave desde hace varios años y tocamos el violín y el piano que alguien no pudo volver a recuperar de este rincón perdido. Cuando llegan estas fechas vemos con desasosiego como se llena de cosas inútiles, de vacuos objetos inanimados incapaces de suscitar la más mínima empatía.
—Hemos resuelto intervenir este año en vuestra reunión haciéndonos notar mediante nuestro arte —continuó Melódica— con el propósito de que los regalos que se entreguen estas fiestas sean algo más que presentes vacíos de contenido. Objetos sin sustancia, cacharros a los que se les gastan las pilas y que nunca más nadie quiere volver a ponerlas. Pensamos que las causas de las guerras y de la maldad de los humanos se pueden minimizar instruyendo con una buena educación a los más pequeños, y en esa virtuosa pedagogía se incluye y son parte fundamental los regalos que reciben. Si estáis interesados en nuestras propuestas nos gustaría describirlas detalladamente.
—¡Claro que sí! Parece muy interesante —dijo el rey Baltasar, avalado por sus compañeros—; proseguid, por favor, escuchamos con atención.

Ellas aceptaron la invitación para continuar hablando y lo hicieron acompañándose de lo mejor que sabían hacer. Armónica se puso a bailar y Simétrica y Melódica a tocar sus respectivos instrumentos mientras esta última les decía a los cuatro sabios, que empezaban a estar ensimismados con el aura de grandeza y dulzura que irradiaban las chicas:
—Mis hermanas y yo creemos que el mejor regalo que se les puede traer a los niños es el del conocimiento. Enseñarles el gusto por instruirse, por comprender. Que el aprendizaje no se convierta en un castigo no deseado, sino que ellos mismos pidan a sus padres el conocimiento en forma de libros. Pero no cualquier libro, sino aquellos que ilustran las mentes, los que hacen pensar; en definitiva, aquellos magníficos clásicos de siempre, esos libros que se leen con respeto. Esos ejemplares son fácilmente identificables ya que una vez leídos portean más preguntas que respuestas. También somos de la opinión de que con un buen puñado de libros de calidad, una persona normal tiene para toda la vida, ya que estas grandes obras no basta con leerlas una sola vez y olvidarlas, hay que releerlas, subrayarlas, tomar notas. En definitiva, que pasen a formar parte de nosotros mismos.
—Estoy de acuerdo —intervino Papá Noel—. Un buen libro es eterno y afortunadamente tiene la gran ventaja de que no trae instalado ningún software con obsolescencia programada, de esos que les gusta poner a las empresas amigas de lucrarse ilegítimamente con sus clientes.
Todos rieron de buena gana la ocurrencia del bromista amigo de los renos. Ahora fue Armónica la que continuó con la exposición de la segunda idea mientras bailaba:
—También hemos pensado que entre los regalos que todas las personas reciban estén incluidos lo que nosotras hemos dado en llamar «vales de intercambio de culturas».
—Parece interesante —manifestó el rey Melchor, que junto a sus compañeros seguía escuchado con mucha atención—. Continúa, por favor, cuéntanos los detalles de tan atrayente concepto.
—Se trataría —prosiguió la bailarina— de una especie de cupones con los que los niños, jóvenes y mayores pudiesen viajar a cualquier lugar del mundo para compartir experiencias con otros seres humanos. Pero no como simples turistas que pasan por los sitios sin paladear las culturas, sin empatizar con los sentimientos de la gente del lugar, sin descubrir la verdadera esencia de los sitios que visitan; sino que se trataría de vales para viajar a emplazamientos donde convivir con esas personas, comer sus comidas, jugar a sus juegos, compartir sus usos y horarios, aprender a tocar sus instrumentos musicales, etc.
—¡Bien, eso me encanta! —intervino el rey Gaspar, cobijado tras su rubia barba—. Eso que proponéis es delicioso y evocador. Creo que mis compañeros están de acuerdo conmigo. Por favor, continuad relatando más ideas portentosas. ¡Esto es genial!
—Lo último que ha nombrado mi hermana  —dijo Simétrica, la violinista— es la clave de lo que se trata en la siguiente propuesta: Que todo el mundo sepa tocar desde niño al menos uno, dos, tres instrumentos musicales. ¡Y de distintos tipos! De cuerda, de viento, de percusión. Por fortuna, eso haría descender la violencia en el mundo. Las únicas armas que usamos los músicos son nuestros instrumentos musicales —dijo emocionada— y esos no matan a nadie. Las municiones, con las que cargamos esos instrumentos, son las notas musicales. Las hay de todos los calibres, largas, cortas, hay incluso silencios, que están por ser, diría yo, las notas musicales más bellas. Con todas ellas tocamos, interpretamos y nos comunicamos en ese idioma universal llamado música. Y la hermosa música es, sin duda, la condición a la que aspiran todas las demás artes.
—¡Me fascina! —dijo el rey Baltasar—. Además, aprender a tocar un instrumento musical y hacer arte con él no es otra cosa que un auténtico juego. De hecho en el idioma inglés se utiliza el verbo “play” para decir «tocar»; curiosamente ese mismo verbo también significa «jugar».
Se notaba que se había creado un clima creativo de complicidad y que todos habían entrado en una especie de analepsia sintónica porque sin apenas dejar terminar de hablar al rey negro volvió a intervenir Melódica:
—¡Genial, rey Baltasar! Has dado en el clavo, ahí quería llegar yo, al tema de la comunicación. Debemos insistir para que desde la más tierna niñez todos sepamos hablar muchos idiomas, los más posibles. Cada idioma es una tradición y todos y cada uno de ellos, tanto los que se usan en los grandes países como los que se usan en pequeñas comunidades, son irrenunciables. La humanidad no ha de permitir que se pierda ni uno solo. Los idiomas no son equivalentes unos a otros ya que cada lengua aporta a los seres humanos un nuevo modo de sentir el mundo.
—Bien cierto es lo que dices, querida Melódica —dijo Papá Noel—. Un idioma es mucho más que conocer las palabras y traducirlas. Yo personalmente sé al menos dos de ellos, —volvió a bromear soltando una sonora carcajada: El mío materno y el de por teléfono.
Todos volvieron a reír de buena gana la nueva ocurrencia del bonachón, mientras el rey Gaspar, que disfrutaba siempre haciéndole un poco de rabiar un poco, le pinchó diciéndole:
—Ese chiste es tan viejo como nosotros, querido y vetusto amigo.
Melódica, Armónica y Simétrica estaban maravilladas con la sagacidad e inteligencia que demostraban estos seres que ellas siempre habían creído falsos, impostores mitológicos inventados por los humanos. Ahora se daban cuenta de que la magia emanada no era realmente producto del ocultismo sino que procedía de su talento para la prestidigitación y su saber hacer para el beneficio de la humanidad.
Para su sorpresa, en ese instante apareció por el fondo de la nave la madre de las chicas sentada en una silla de ruedas que empujaban dos de los pajes; el rey Gaspar, explicó que con sus poderes mágicos había avisado a sus ayudantes para que trajesen a la madre y así poder hablar todos juntos. Las tres encantadoras chicas, muy contentas de verla allí, corrieron a abrazarse con su madre.
—Todo lo que estáis proponiendo es excelente —les dijo el rey Melchor—: la divulgación del conocimiento a través de los mejores libros, el viajar y conocer otras culturas para apreciarlas y enriquecer nuestro bagaje personal, la gran valía de saber y poder pensar en varios idiomas con la sabida diversidad que aportan al pensamiento y, por último, la magnífica idea de instruir a todos los humanos con la maravillosa música a través del dominio de los instrumentos.
—Me gustaría comunicaros —intervino Papá Noel— que mis compañeros y yo vamos a haceros caso en todas las propuestas que habéis hecho: En todos y cada uno de los regalos de niños y mayores, de este año y de los venideros, habrá al menos un libro, un «vale de intercambio de culturas», un buen curso para aprender idiomas y uno, dos, tres instrumentos musicales, —esto último mirando a Simétrica con gesto de complicidad.
En esta rueda de intervenciones, ahora le tocaba el turno al rey Gaspar, que dijo:
—Sabed, pequeñas, que comprendemos que nuestra actuación durante todos estos años no ha sido quizás la más acertada y, aunque jamás lo hicimos de mala fe, estamos dispuestos a hacer un acto de constricción para que a partir de ahora los regalos recibidos por todos sean de lo más útil y provechoso. Y con esto doy paso a nuestro admirado rey Baltasar que, a buen seguro, con el don de la palabra que posee, sabrá explicar con precisión el resto de nuestros objetivos.
—Como bien decía Papá Noel al comienzo de nuestra conversación  —inició su alocución el rey negro— «el alma humana puede prescindir de la caridad, pero no así de la solidaridad», y ese es un principio en que debemos basar toda nuestra existencia: En realidad, la caridad vale para una sola vez, en cambio la solidaridad, es decir, lo que podríamos traducir por la justicia, es para siempre. La caridad está sobrevalorada y se predica con demasiada efusividad por ciertos sectores de la sociedad, pero cuya falta de observancia a la vez es excusada con cierta indulgencia. Para terminar, este icónico Jardín del Edén que proponéis, que no es otra cosa que la cultura en forma de libros, comunicación, empatía con otros pueblos y conocimientos musicales, es fundamental para conseguir ese propósito, y por eso todos vamos a hacer el esfuerzo necesario para cambiar estos hábitos ancestrales que han terminado por entumecer el órgano más preciado que tenemos: el cerebro.
El objetivo de las chicas de comunicarse con los magos y la reacción de estos había sido admirable. Estaban más que satisfechas. Para terminar, Papá Noel le preguntó a la emocionada madre:
—¿De dónde proceden esos nombres tan peculiares que les puso usted a sus hijas?
—Mi compañero de toda la vida y padre de las tres chicas —contestó la madre recordando a su pareja con lágrimas en los ojos— era un gran melómano, por eso decidimos ponerles estos nombres que tan bien conocen los estudiosos de la música, ya que se trata de la nominación de tres escalas musicales de las más utilizadas: La escala Melódica, la Armónica y la Simétrica.
—¡Vaya! Pues menos mal que no hubo alguna hija más y le tocó llamarse Mixolidia o Locria—volvió una vez más a bromear Papá Noel mientras todos reían a carcajadas.
Pasadas las fiestas navideñas las chicas vieron como los cuatro seres mágicos habían cumplido su palabra y todo el mundo recibió regalos evocadores e interesantes llenos de cultura y sabiduría. Además, la salud de su madre mejoró merced a que en poco tiempo se habían recibido en el pueblo medicinas y se había inaugurado un hospital en la comarca a raíz de los nuevos sentimientos de empatía y solidaridad que las nuevas costumbres habían inculcado en las gentes.
Desde la esquina donde siempre estaba el piano, las chicas seguían practicando con pasión, miraron a través del agujero en la pared de la nave y soñaron con que algún día dejasen de surcar el cielo esos adefesios de misiles. Las semillas para que eso ocurriese ya habían sido sembradas.
FIN

‘Cuento de Navidad’ del libro Tacones Rojos escrito por Javier Márquez