La Hermandad de San Sebastián de Calzada de Calatrava suspende los actos festivos en honor de su titular previstos para el fin de semana y transmitirá por Streaming la misa del domingo

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Julio Criado (Oretania)

Ayer, 20 de enero de 2021, día de la Festividad de San Sebastián, la Hermandad de Calzada de Calatrava, a través de un comunicado en redes sociales, informó de la suspensión de los CULTOS y FIESTAS de 2021 en honor a San Sebastián, previstos para el próximo fin de semana, debido a la situación de emergencia sanitaria por la actual pandemia, generada por la COVID-19, y a las actuales medidas de nivel 3 reforzadas y vigentes en la localidad de Calzada de Calatrava.

En dicho comunicado, la Junta Directiva de la Hermandad de San Sebastián, anuncia que está previsto que la misa de las 10.00 horas del domingo día 24 de enero de 2021, que tendrá lugar en la Ermita de San Sebastián, además de estar dedicada al santo mártir, se dedique a los hermanos difuntos de la Hermandad, así como a los afectados y difuntos por la Covid- 19.

También se tiene previsto que, dicha misa, pueda ser seguida por los fieles a través de las redes sociales (Facebook Parroquia de Calzada de Calatrava y Facebook Hermandad San Sebastián Calzada).

Al mismo tiempo aprovechan la ocasión para anunciar que el cobro de los recibos de hermano se realizará en días sucesivos de manera domiciliaria y que “el importe total de dicho cobro de recibos tendrá como finalidad la creación de un fondo para la futura RESTAURACIÓN de nuestra Imagen Titular, San Sebastián, así como para las labores de mantenimiento de la Ermita”.

Cabe recordar que la Hermandad de San Sebastián, comparte ermita con la Hermandad de San Antón, cuya festividad fue el pasado 17 de enero, y también se cancelaron los festejos en honor al patrón de los animales.

Fiestas de San Antón y San Sebastián en Calzada de Calatrava por Francisco Rodríguez García y José Antonio Camacho Horta

El día 3 de enero de 2010 se presentó el libro “Fiestas de San Antón y San Sebastián en Calzada de Calatrava”. Los objetivos de esta publicación eran rescatar las tradiciones de San Antón: suelta del cochinillo, vueltas a la ermita, carreras de caballos, bendición de los animales, engalanamiento con los arreos más vistosos realizados por los guarnicioneros de la localidad, gastronomía propia, etc; y conmemorar el V Centenario de la edificación de la ermita de San Sebastián (1510-2010).

El barrio de San Sebastián de Calzada de Calatrava, situado en la plaza de El Ejido, ha tenido y tiene una personalidad propia que ha imprimido a sus gentes a través de su historia vital. Los vecinos de la barriada de San Sebastián siempre han sido los grandes impulsores y animadores de estas fiestas, propiciando siempre un clima de encuentro y de buen ambiente que se ha extendido a lo largo del tiempo.

La ermita de San Sebastián, que alberga también la imagen de San Antón, pasa por ser el templo más antiguo de la localidad junto con el del Santísimo Cristo Salvador del Mundo. Ambas cofradías se formaron hacia el año 1510, al amparo de la construcción de sus respectivas ermitas, convirtiéndose, así en las más longevas de las existentes en Calzada de Calatrava.

A lo largo del tiempo, las populares fiestas de San Antón y San Sebastián han marcado las vidas de los vecinos de Calzada, basadas en la agricultura y la ganadería. Estos hombres y mujeres que han sabido sacar la sabiduría de la vida del terruño, conservan una mentalidad y unas tradiciones que los identifican sobremanera.

La fiesta, hasta los años 60, se iniciaba el día de la víspera de San Antón. Para los chavales del barrio era el mejor día. Se trataba de acarrear la leña para la candelilla. La tarde del día 16 de enero se hacía “torera” (se faltaba a la escuela) para juntarse en una casa y construir un particular carruaje a base de varias gavillas unidas por guitas que hacían de base y una larga cuerda con un palo cruzado en la punta, a modo de lanza, para tirar de él.

Muy pronto se comenzaba la andadura por las calles cercanas a la ermita del Santo pidiendo de puerta en puerta: “una poquita leña pa San Antón y si no, porrón, pon, pon”. Era la consigna, lo que significaba que debían ir preparados con unas porras (sarmientos con un engrosamiento en su extremo) para utilizarlas en caso de que no respondiese la gente a la petición hecha.

La táctica era sencilla: se llamaba a la puerta o se metían en las casas si estaban abiertas y se gritaba desde dentro; si la gente respondía, los chicos tan contentos daban las gracias; que no correspondían, se iban alejando de mala gana y en cuanto el dueño se daba la vuelta aporreaban la puerta al grito de “porrón, pon, pon” y salían corriendo.

Eran tiempos en que la leña era un artículo muy apreciado pues servía como combustible en muchos hogares para calentar la casa, cocinar, hacer la matanza, o secar los embutidos se guardaba con celo en la leñera. Por este motivo, previamente se informaban de cuáles eran las casas que tenían y quiénes eran los más generosos, preguntando a otros grupos de chavales.

Una vez que la carga se hacía pesada de transportar se dirigían al montón de leña situado detrás de la ermita, en la esquina de la plaza de San Sebastián con la calle Real y la dejaban allí. Continuaban con el recorrido hasta el anochecer después de haber acarreado varios hatos de leña. En el último se desprendían de las gavillas que habían servido de base, ya casi deshechas de tanto arrastre, lanzando todo al montón.

Después se ponían a jugar encima de la leña a “conquistar el castillo”, a la guerra, a luchar con palos, al escondite, “el pillao”, “el escondecorreas”, “la cebolla”, “las habas”, “la bardilla descuidá”, “el tintillo madalejo” y tantos otros. Así transcurría el atardecer, jugando y viendo, al mismo tiempo, llegar a los aceituneros con sus remolques cargados de ramoniza para la candelilla y a otras muchas personas aportando lo que podían (ceporros, muebles viejos, tablas, gavillas…) para agrandar el montón.

Además, estaban pendientes de que abrieran la ermita para pasar a tocar la campana. Se colgaban de la cuerda para hacerla girar, hasta cogerle la cadencia y conseguir un repiqueteo rítmico y constante.

Era la hora del triduo del día 16 de enero en la que la hermandad y los feligreses asistían al oficio religioso. Sobre las ocho de la noche, concluido el triduo, los hermanos se dirigían hacía el montón de leña y empezaba el ritual de encendido de la candelilla. Todos los chavales acudían a ver cómo se prendía, y cómo poco a poco, aparecían las primeras llamaradas que se iban alimentando con la leña más fina y seca hasta alcanzar una altura que les hacía retirarse unos metros para evitar el calor que desprendían. Los más atrevidos lanzaban palos o ceporros para avivar más aún el fuego, aunque ya se encargaban de hacerlo los responsables de la Hermandad que iban nutriendo la lumbre para que no quedara nada sin arder. Así pasaban el tiempo oyendo el crepitar de las ramas secas, contemplando cómo las altas llamas desprendían chispas y pavesas removiendo los rescoldos que iban apareciendo y respirando el humo que desprendían los tarugos.

Se iba consumiendo la leña y aparecían las esperadas brasas que algunos apartaban para asar unas patatas o colocar las parrillas con los chorizos, las morcillas o la panceta de la matanza reciente. Mientras se hacían, la gente se movía en animada conversación, canturreaban alguna cancioncilla (seguidillas, jotas, coplas) o se marcaban unos pasos de baile acompañadas del tañido de una botella o de las palmas de la concurrencia. El aroma que desprendían los chorizos o las patatas asadas despertaba el apetito al más “pintao”. Las viandas se acompañaban de buen vino de la tierra o de limonada hecha a tal efecto.

La noche iba avanzando y la gente se iba retirando, no sin antes hacerle una visita al Santo con su inseparable guarrillo y echarle una limosna, pues la ermita estaba abierta hasta muy tarde. Los chIcos pasaban de vez en cuando a tocar las campanas para que no dejasen de repicar durante la candelilla. Los últimos aprovechaban los rescoldos para llevárselos a casa y encender el brasero de picón a la mañana siguiente. La leña convertida en cenizas era el único rastro que quedaba después de una noche tan ajetreada.

Al día siguiente, 17 de enero, bien pronto comenzaba a repicar la campana de la ermita para anunciar la función religiosa en honor a San Antón oficiada normalmente por D. León Caballero de León. A ella asistían los miembros de la Hermandad, las autoridades invitadas y los feligreses en general, más bien personas del barrio y vinculadas al campo.

Desde temprano acudían a sus inmediaciones los gañanes con sus yuntas y caballerías para dar las tradicionales tres vueltas alrededor de la ermita. Aquí se esperaba la salida de la procesión en la que la imagen del Santo era portado en unas pequeñas andas que llevaban los chavales o algunos hermanos, acompañados por una pequeña banda de tambores y cornetas, el cura, la Hermandad, público en general y bastantes jinetes que hacían el itinerario de costumbre por las calles adyacentes a la ermita. Las caballerías estaban bien enjaezadas y esquiladas para la ocasión, luciendo unos bonitos dibujos en la grupa y unos finos trenzados en las crines y la cola.

Una vez terminada la procesión se procedía a bendecir a los animales y a repartir unas resequillas con limonada. Durante la mañana y la tarde eran muchos los que acudían a la ermita a cumplir con la tradición de dar las tres vueltas y pedirle al Santo parabienes para sus animales y sus familias.