Esmeralda y el petirrojo “Hay algo en ti Esmeralda que el mundo necesita”

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José González Ortiz

Aquel día otoñal, Esmeralda Aguirre Rodríguez despidió en la Estación de FC a un querido familiar que emprendía el regreso a su localidad habitual, Cabeza del Buey. Esmeralda con el corazón constreñido y embadurnado por la tristeza decidió darse un paseo, andar… realizar una breve caminata antes de regresar a su domicilio de Puertollano, aprovechando la tranquilidad y el frescor de la mañana. Así se despejaría y amortiguaría la pena por el reciente viaje de su pariente de edad avanzada.

Esmeralda amaba la vida más que a nada y su familia lo era todo para ella. Pero tenía una preocupación, una lacerante duda que la mantenía en guardia. Un cierto bicho que la ciencia lo trataba de maldito se le había posado sobre la cabeza y aunque los doctores le habían dado un buen tratamiento y todo tipo de esperanzas, Esmeralda se mantenía en alerta, preocupada, precavida… su familia era lo que más quería.

 A ella le gustaba volar, ver paisajes insólitos, ruinas del pasado, disfrazarse para teatralizar y así burlar las miserias de la vida. A veces… hasta hubiera querido ser una princesa, un hada… un pájaro para remontar cielos impolutos. Un ave de hermosos colores y sutil belleza.

Aquel día como dije, caminó y caminó… ¡De imprevisto… en un jardín que le salió al paso, descubrió a un joven que tenía un pajarito en la mano! ¿Qué haces con ese pajarillo? -Le espetó Esmeralda preocupada.

¡Lo he cogido con la red para anillarlo!¡Soy de una asociación protectora de las aves! -contesto el joven ¡Es un petirrojo y lo voy a soltar ahora mismo! -añadió.

Eso es lo mejor que puedes hacer dijo Esmeralda algo afectada y pensando como aquel joven le recordaba curiosamente a su hijo. Observó al pajarito y éste en su forzado silencio le devolvió la mirada ¡quizás agradecido! Esmeralda sintió que se encontraba ante una encantadora y valiosa miniatura viva de la evolución.

El joven viendo la empatía que Esmeralda sentía por la avecilla la soltó. El petirrojo dio un corto vuelo y se posó sobre la cabeza de Esmeralda. En aquel momento ella se olvidó de sus pesares y sintió el leve peso del petirrojo como un alivio que la vida, la creación ¡quizás un pequeño ángel emplumado! le enviaba. Después el petirrojo voló a un seto y desde allí la escrutó con cierto interés y afecto.

Esmeralda captó en la condescendiente mirada del petirrojo, una fuerza que la enervó y le dio alas para seguir volando, para seguir siendo ella como persona y mujer, también y pese a las adversidades, una joya valiosa y apreciada de la naturaleza.