
Julio Criado
Hoy está siendo una de esas madrugadoras mañanas que, en el silencio de mi despacho, mi vista salta de la luminosa pantalla del ordenador al contraste oscuro de la ventana, donde muy lejos se empieza a vislumbrar esa tenue luz del amanecer, de bonito y poético nombre, Alba -como mi nieta mayor-. Y en contra de lo que pretendía hacer, a mi mente le está dando por viajar y saltar de un pensamiento a otro, enlazando temas que en muchas ocasiones nada tienen que ver unos con otros, dispares entre ellos y unidos por el momento.
Aún perdura en ella, en mí, el buen sabor de la velada anterior y en mi mente las imágenes y las sensaciones del momento por el libro que se presentaba del poeta infanteño, también valdepeñero, Juan José Guardia Polaino, quien, acompañado de la profesora, Eva María Jesús Morales, sembraron palabras que frotaron entre los que allí estábamos, hechizándonos con su magia, con una poesía social, civil, comprometida, crítica.
Poesía, poemas, versos, todos ellos en diferentes labios y almas, Pruden, Carmen, Aaron y Lourdes, junto a los acordes de la guitarra y la voz de Vicente, fueron los cómplices de esa magia, que los presentes disfrutaron en silencio, como si de una liturgia religiosa se tratase.
Recordando todo eso y tratando de escribir una nota de prensa sobre el acto, esta mañana mi revoltosa mente, saltaba de una imagen a otra y de pronto recordé Infantes, sus calles, su pisto. Al siguiente salto estaba en Valdepeñas y su palabra de vino, Polaino brindando sin vino por su ditirambo. Y entre medias, allí estaban las caras de los poetas que frente a nosotros nos miraban con atención.
Y la locura se desata, Eugenio, el Guadiana lleno de versos; Charo, la elegancia de la poesía; Alfredo, la guitarra de acordes infantiles, que me llevó de nuevo a Valdepeñas y las palomas de Teresa. Vicente acariciando su guitarra y Bilbao al instante. Más caras, más poetas, más poesía y todo mientras miraba como la luz se apodera de la noche y descubre la belleza de los árboles desnudos de hojas, el verde oscuro de los que si las mantienen. Y las nubes que pudorosas han tapado el sol. A mi me gusta el sol, la luz de nuestra Mancha, y ahí de nuevo Bilbao y Calzada de Calatrava, de donde son mis raíces y eso me llevó a Pedro Antonio, mi paisano, como solemos llamarnos, que grandes gentes tiene ese pueblo, y mi mente me lleva a otro Juan José y al trenillo de la calzá, girones de tristeza por los amigos desaparecidos, como Manuel Muñoz. Me niego a caer en la tristeza y la depresión por sus ausencias y trato de vivir sus recuerdos.
La mente juguetona me lleva a recordar como empezó todo y como empecé a navegar en las aguas de la poesía, sin ser poeta. Yo era más bien un navegante de la comunicación local y provincial, con toques de vana rebeldía y negado a manchar las páginas de mis periódicos con “sucesos” de carácter luctuosos. Algo volcado en aquello que llamaban cultura.
Así conocí a Luis, poeta solanero como siempre me ha gustado llamarlo y con él al lado una sensación de que todo era posible si se ponían en marcha los suficientes elementos para conseguirlo. En este caso fueron muy pocos: una idea y alguien que creyó en ella, y porque todos creímos en lo que estábamos haciendo el resultado fue algo hermoso y cargado de energía y buen hacer al que llamamos Encuentros Oretania de Poetas.
El mundo nos golpea diariamente con miseria, fealdad, depresión, guerras. A eso responden nuestros poetas con belleza, con alegría. Dice mucho esa manera de ser de ellos, la valentía de enfrentarse a ese mundo con la literatura, con la palabra, con el verso desnudo, con compromiso. Un compromiso que va más allá. Un compromiso con el día a día porque vivir es un compromiso diario. Y los sentimientos también son un compromiso, atreverse a rebelarse contra la costumbre es sumamente comprometido, como lo es intentar ser uno mismo, también sobrevivir a tu propia rutina e intentar luchar por una forma de vida diferente desde la poesía.
Bueno ya es de día, nublado, frio por fuera, cálido por dentro. Necesito un café y centrarme en el trabajo. Debe de ser la edad, mi mente se dispersa mucho más que antes y hoy el café huele de maravilla.
Tener buen día y pelear por ser felices y leer, aunque sea poesía, merece la pena.
Aquí os dejo algunas fotos de anoche.
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