Javier Márquez · Éxito abrumador en la sala B del Auditorio Pedro Almodóvar de Puertollano con el patio de butacas lleno a rebosar para ver esta obra del Obrador de Dramatización Kinesfera que cada año nos sorprende con un grupo de alumnos más compacto y una interpretación coral más plena y convincente.
Las primeras luces de las linternas portadas por los actores hicieron recordar las miradas errantes entre las sombras del tango de Carlos Gardel que dice: “Sentir que es un soplo la vida/Que veinte años no es nada/Que febril la mirada, errante en las sombras/Te busca y te nombra/Vivir con el alma aferrada/A un dulce recuerdo/Que lloro otra vez”; así mismo, hemos de convenir que si, como dice la canción, veinte años no es nada, los ciento veinte años transcurridos desde el nacimiento de Federico García Lorca lo son aún menos dado que su teatro poético, sin duda el más importante del siglo XX, junto a Valle Inclán y Buero Vallejo, es de una geografía inabarcable por su contenido en espacios míticos y realismos trascendidos lleno de símbolos como la sangre y el cuchillo líricos con los que encarar los problemas sustanciales de la existencia humana.
Desde el inicio, a través del Vals Vienés interpretado por Enrique Morente y siguiendo el orden cronológico de la representación con la obra Comedia sin título de 1936 en la que uno de sus personajes nos pregunta, ¿por qué hemos de ir al teatro a ver lo que pasa y no lo que nos pasa?, encontramos como el autor trata de combatir el teatro burgués y traer al escenario la realidad social, el clamor de la calle, y que nos hace recordar que quedó tristemente inacabada por el asesinato del dramaturgo a manos de los enemigos de la cultura durante el inicio de la Guerra Civil.
Entre acto y acto de este collage de piezas lorquianas se ameniza al público con más Val Vienés en voz de los más grandes autores que lo han interpretado y que en este primer tránsito entre obras nos lleva a la pieza La Casa de Bernarda Alba que destaca los rasgos de la España profunda y el fanatismo religioso, así como el papel secundario de la mujer otorgado por la violenta sociedad tradicional. Esta obra desemboca en la tan habitual tragedia de ambiente rural, Yerma, que retrata a una mujer a la vez oprimida y segura de sí misma a la que su instinto le dice que quiere ser madre.
La siguiente pieza de referencia es El retablillo de Don Cristóbal en el que doña Rosita engaña al bruto y malencarado pretendiente que quiere casarse con ella y que da paso a la obra de corte surrealista El Público, que data de 1930, y que desde su hermetismo indaga en la homosexualidad y defiende el derecho a la libertad erótica; en ella su personaje principal después de muchas dudas decide quitarse la máscara y enfrentarse a la sociedad homófoba, o lo que es lo mismo, salir del armario, que llamamos ahora.
La escena sigue subiendo enteros y cautivando al público y lo conduce hacia la magnífica Bodas de Sangre en la que los actores mezclan el verso y la prosa enmarcado en un paisaje andaluz trágico y universal que introducen al lector en un mundo de sombrías pasiones que derivan en los celos, la persecución y en el trágico final: la muerte. Esa que a el poeta le gustaba mirar cara a cara. El amor se destaca como la única fuerza que puede vencerla.
Para finalizar, un monólogo de doña Rosita que nos envía al colofón de la representación en la que el elenco vuelve a mostrar los pequeños proyectores que desde sus manos suspenden y perfilan halos de libertad colmando la atmósfera con el celebérrimo poema de Antonio Machado a su amigo Federico y que en uno de sus versos más famosos dice: “Que fue en Granada el crimen, sabed -¡pobre Granada-, en su Granada”, lo que nos lleva a recordar las palabras que de manera más reciente dijo el también “Vienés Valsero” y a la sazón lorquiano convencido, Leonard Cohen: “No entiendo como España no ha excavado con sus propias manos todo el campo de Granada para recuperar el cuerpo de su poeta, no entiendo una nación que no le haya dado un castigo histórico a su asesino”.
Todos los asistentes han quedado encantados con la puesta en escena y el trabajo desarrollado por los actores Maribel Canal, Josevi Castellanos, María López, Merche López, Ana B Medina, Natalia Moreno, Luis Germán Ruiz, Carlos Sanz, Blanca Torres, Cristina Ureña, Isabel Vergel, bajo la dirección y coordinación de Ana Torres Lara y la creación de un cartel de gran categoría a cargo de José Alberto Santos. Ellos disfrutaron y a su vez hicieron disfrutar a los espectadores
En resumen, que asistimos a una representación de alto nivel que nos enseñó, haciendo tautología con el tango de Gardel, que ciento veinte años no es nada cuando se procede a “Desenterrar a Lorca” de esa incierta tierra que cubre su esqueleto y donde (no) descansa; y que hay que hacerlo mirando a la muerte cara a cara, soñando con el viento verde que él querría, a la luz de la luna y a fuerza poética de sangre y cuchillo.