
Julio Criado (Oretania)
La Hermandad de San Antón, de Calzada de Calatrava, ha decidido, suspender las fiestas de San Antón 2021, previstas para el 17 de enero, por la crisis sanitaria creada por el Covid-19. Así lo han dado a conocer en un comunicado en el que también se informa de que “los recibos de hermano se cobrarán a domicilio por los miembros de la Junta Directiva”.
Está previsto que lo recaudado de estos recibos se utilice principalmente para el proyecto que la Hermandad tiene pendiente de ejecutar “como es la instalación de una nueva puerta en la entrada principal de la ermita, todo ello siempre que se llegue a un acuerdo de colaboración con el resto de hermandades de la ermita”, según consta en dicho comunicado.
Cabe decir que la Hermandad de San Antón, comparte ermita con la Hermandad de San Sebastián, cuya festividad es el próximo 20 de enero, aunque en Calzada de Calatrava la celebración se suele trasladar al fin de semana. Hasta el momento la Hermandad de San Sebastián no ha hecho pública su decisión, pero todo hace prever que también se suspenderán los festejos en honor a San Sebastián, el santo suele ser invocado contra la peste.
Según consta en el comunicado de la Hermandad, esta decisión se ha tomado, tras comprobar que, desde el inicio del estado de alerta, el pasado 14 de marzo, “la sociedad no está atravesando su mejor momento debido a la pandemia producida por el COVID 19”, explican y apunta que, “por ello la Junta Directiva, de la Hermandad de San Antón, ha decidido suspender todos los actos lúdicos y de ocio, así como los actos religiosos”, además, se añade el hecho de que, “Calzada de Calatrava haya pasado recientemente a la fase 3 a partir del día 8 de enero del presente con las consiguientes medidas especiales”.
Cabe recordar el pase a la Fase 3 de alerta sanitaria, decretada por el Gobierno de Castilla La Mancha, supone la restricción, entre otras, se limita la permanencia de personas en lugares de culto en espacios cerrados mediante la fijación del 40 por ciento de aforo, recomendándose a la ciudadanía la limitación de los encuentros sociales fuera del grupo de convivencia estable, por lo que la Junta Directiva de la Hermandad de San Antón, en un ejercicio de responsabilidad ha tomado la decisión de “suspender las misas de las fiestas para evitar así las aglomeraciones y los riesgos de contagios”, tal y como hacen saber en el comunicado firmado por su presidente.
Quien añade que “en la misa de las 10 horas del domingo 17 se nombrará a San Antón y a los difuntos de la Hermandad”, al mismo tiempo que espera que “esta suspensión sea pasajera y que el año que viene podamos a volver a disfrutar de nuestra fiesta”, finalizando su escrito felicitando el año nuevo, “el presidente de la Hermandad os saluda y os desea un feliz año 2021”.



Fiestas de San Antón y San Sebastián en Calzada de Calatrava por Francisco Rodríguez García y José Antonio Camacho Horta
El día 3 de enero de 2010 se presentó el libro “Fiestas de San Antón y San Sebastián en Calzada de Calatrava”. Los objetivos de esta publicación eran rescatar las tradiciones de San Antón: suelta del cochinillo, vueltas a la ermita, carreras de caballos, bendición de los animales, engalanamiento con los arreos más vistosos realizados por los guarnicioneros de la localidad, gastronomía propia, etc; y conmemorar el V Centenario de la edificación de la ermita de San Sebastián (1510-2010).
El barrio de San Sebastián de Calzada de Calatrava, situado en la plaza de El Ejido, ha tenido y tiene una personalidad propia que ha imprimido a sus gentes a través de su historia vital. Los vecinos de la barriada de San Sebastián siempre han sido los grandes impulsores y animadores de estas fiestas, propiciando siempre un clima de encuentro y de buen ambiente que se ha extendido a lo largo del tiempo.
La ermita de San Sebastián, que alberga también la imagen de San Antón, pasa por ser el templo más antiguo de la localidad junto con el del Santísimo Cristo Salvador del Mundo. Ambas cofradías se formaron hacia el año 1510, al amparo de la construcción de sus respectivas ermitas, convirtiéndose, así en las más longevas de las existentes en Calzada de Calatrava.
A lo largo del tiempo, las populares fiestas de San Antón y San Sebastián han marcado las vidas de los vecinos de Calzada, basadas en la agricultura y la ganadería. Estos hombres y mujeres que han sabido sacar la sabiduría de la vida del terruño, conservan una mentalidad y unas tradiciones que los identifican sobremanera.
La fiesta, hasta los años 60, se iniciaba el día de la víspera de San Antón. Para los chavales del barrio era el mejor día. Se trataba de acarrear la leña para la candelilla. La tarde del día 16 de enero se hacía “torera” (se faltaba a la escuela) para juntarse en una casa y construir un particular carruaje a base de varias gavillas unidas por guitas que hacían de base y una larga cuerda con un palo cruzado en la punta, a modo de lanza, para tirar de él.
Muy pronto se comenzaba la andadura por las calles cercanas a la ermita del Santo pidiendo de puerta en puerta: “una poquita leña pa San Antón y si no, porrón, pon, pon”. Era la consigna, lo que significaba que debían ir preparados con unas porras (sarmientos con un engrosamiento en su extremo) para utilizarlas en caso de que no respondiese la gente a la petición hecha.
La táctica era sencilla: se llamaba a la puerta o se metían en las casas si estaban abiertas y se gritaba desde dentro; si la gente respondía, los chicos tan contentos daban las gracias; que no correspondían, se iban alejando de mala gana y en cuanto el dueño se daba la vuelta aporreaban la puerta al grito de “porrón, pon, pon” y salían corriendo.
Eran tiempos en que la leña era un artículo muy apreciado pues servía como combustible en muchos hogares para calentar la casa, cocinar, hacer la matanza, o secar los embutidos se guardaba con celo en la leñera. Por este motivo, previamente se informaban de cuáles eran las casas que tenían y quiénes eran los más generosos, preguntando a otros grupos de chavales.
Una vez que la carga se hacía pesada de transportar se dirigían al montón de leña situado detrás de la ermita, en la esquina de la plaza de San Sebastián con la calle Real y la dejaban allí. Continuaban con el recorrido hasta el anochecer después de haber acarreado varios hatos de leña. En el último se desprendían de las gavillas que habían servido de base, ya casi deshechas de tanto arrastre, lanzando todo al montón.
Después se ponían a jugar encima de la leña a “conquistar el castillo”, a la guerra, a luchar con palos, al escondite, “el pillao”, “el escondecorreas”, “la cebolla”, “las habas”, “la bardilla descuidá”, “el tintillo madalejo” y tantos otros. Así transcurría el atardecer, jugando y viendo, al mismo tiempo, llegar a los aceituneros con sus remolques cargados de ramoniza para la candelilla y a otras muchas personas aportando lo que podían (ceporros, muebles viejos, tablas, gavillas…) para agrandar el montón.
Además, estaban pendientes de que abrieran la ermita para pasar a tocar la campana. Se colgaban de la cuerda para hacerla girar, hasta cogerle la cadencia y conseguir un repiqueteo rítmico y constante.
Era la hora del triduo del día 16 de enero en la que la hermandad y los feligreses asistían al oficio religioso. Sobre las ocho de la noche, concluido el triduo, los hermanos se dirigían hacía el montón de leña y empezaba el ritual de encendido de la candelilla. Todos los chavales acudían a ver cómo se prendía, y cómo poco a poco, aparecían las primeras llamaradas que se iban alimentando con la leña más fina y seca hasta alcanzar una altura que les hacía retirarse unos metros para evitar el calor que desprendían. Los más atrevidos lanzaban palos o ceporros para avivar más aún el fuego, aunque ya se encargaban de hacerlo los responsables de la Hermandad que iban nutriendo la lumbre para que no quedara nada sin arder. Así pasaban el tiempo oyendo el crepitar de las ramas secas, contemplando cómo las altas llamas desprendían chispas y pavesas removiendo los rescoldos que iban apareciendo y respirando el humo que desprendían los tarugos.
Se iba consumiendo la leña y aparecían las esperadas brasas que algunos apartaban para asar unas patatas o colocar las parrillas con los chorizos, las morcillas o la panceta de la matanza reciente. Mientras se hacían, la gente se movía en animada conversación, canturreaban alguna cancioncilla (seguidillas, jotas, coplas) o se marcaban unos pasos de baile acompañadas del tañido de una botella o de las palmas de la concurrencia. El aroma que desprendían los chorizos o las patatas asadas despertaba el apetito al más “pintao”. Las viandas se acompañaban de buen vino de la tierra o de limonada hecha a tal efecto.
La noche iba avanzando y la gente se iba retirando, no sin antes hacerle una visita al Santo con su inseparable guarrillo y echarle una limosna, pues la ermita estaba abierta hasta muy tarde. Los chIcos pasaban de vez en cuando a tocar las campanas para que no dejasen de repicar durante la candelilla. Los últimos aprovechaban los rescoldos para llevárselos a casa y encender el brasero de picón a la mañana siguiente. La leña convertida en cenizas era el único rastro que quedaba después de una noche tan ajetreada.
Al día siguiente, 17 de enero, bien pronto comenzaba a repicar la campana de la ermita para anunciar la función religiosa en honor a San Antón oficiada normalmente por D. León Caballero de León. A ella asistían los miembros de la Hermandad, las autoridades invitadas y los feligreses en general, más bien personas del barrio y vinculadas al campo.
Desde temprano acudían a sus inmediaciones los gañanes con sus yuntas y caballerías para dar las tradicionales tres vueltas alrededor de la ermita. Aquí se esperaba la salida de la procesión en la que la imagen del Santo era portado en unas pequeñas andas que llevaban los chavales o algunos hermanos, acompañados por una pequeña banda de tambores y cornetas, el cura, la Hermandad, público en general y bastantes jinetes que hacían el itinerario de costumbre por las calles adyacentes a la ermita. Las caballerías estaban bien enjaezadas y esquiladas para la ocasión, luciendo unos bonitos dibujos en la grupa y unos finos trenzados en las crines y la cola.
Una vez terminada la procesión se procedía a bendecir a los animales y a repartir unas resequillas con limonada. Durante la mañana y la tarde eran muchos los que acudían a la ermita a cumplir con la tradición de dar las tres vueltas y pedirle al Santo parabienes para sus animales y sus familias.