Palabras al campo de Isabel Villalta Villalta

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El campo es la principal fuente de subsistencia de los humanos desde que estos aparecen sobre la tierra, según los científicos, hace entre dos y cuatro millones de años. Junto a la caza y la pesca, su fuente de alimento son bayas, raíces, hojas. Estamos en la prehistoria, en el paleolítico.

La agricultura aparece en el neolítico, hace unos 10.000 años. Se originó en Mesopotamia y se extendió pronto por Europa, Asia y África.

Para labrar la tierra y desarrollar la actividad productora, se inventan los primeros aperos y herramientas. Con el paso del tiempo, estos van siendo perfeccionados por las distintas civilizaciones. Azadones, palas, horcas, arados, trillos, cribas. El arado romano y todos esos útiles manuales son los que llegaron a nuestros días, hasta más de la mitad del siglo XX. La revolución industrial, ocasionada a finales del XVIII, hace que a lo largo de los siglos XIX y XX todos los avances que ahora se producen empiecen a introducirse más o menos deprisa en los países desarrollados o en vías de hacerlo. Las máquinas y los motores sustituyen a aquellos utensilios manuales que, junto a la fuerza animal como la de las mulas y los bueyes, duraron milenios.

Las guerras siempre son un retroceso. En España, la ruina y paralización ocasionadas por la Guerra Civil del 36 al 39 hacen que esos avances lleguen más tarde a nuestros campos. Empezaron a generalizarse en los 70, exponencialmente cuando llegó el fin de la dictadura en 1975, con la muerte del dictador, y se puso en marcha seguidamente el desarrollo de la democracia, así como la entrada en 1985 en la Unión Europea.

Al mismo tiempo entonces, durante la larga posguerra que duró veinte años, sometido el país a una dura autarquía, la tierra y las cosechas sufren la falta de fertilizantes y plaguicidas. Los suelos acusaron pobreza de abonados y labranza y se producían plagas como la de la langosta. Aún en los años 50 y 60, había patatas con caliches, lentejas con bichos, hortalizas con gusanos, trigo con gorgojo, naranjas de sangre de toro agrias como la rabia…; se adulteraban, además, los productos elaborados como el chocolate, la miel, los salchichones. No se habían puesto en funcionamiento los fungicidas sanitarios que combatieran esos tremendos déficits del campo y sus productos ni había legislaciones en favor de la calidad alimentaria.

Pasado aquel largo periodo de carestía y miseria que tanto afectó al desarrollo de España, llegadas después sustancias plaguicidas, en principio no recomendables por su componente químico que afectaba a la salud de los humanos y los suelos, ahora, siglo XXI, en plena actividad de una agricultura que apuesta por la sostenibilidad de la biosfera, por medio de leyes que regulan de forma creciente la explotación y producción ecológica, donde España es la de mayor extensión de la Unión Europea; la existencia, asimismo, de una potente maquinaria, tecnologías punteras o laboratorios que fabrican sustancias de tratamiento fitosanitario libres de riesgo para la salud humana y de los suelos; todo, en paralelo con la paz, el desarrollo de la economía y el progreso, así como otras legislaciones preocupadas por la calidad de la alimentación y la protección de los ecosistemas, no solo en España y la Unión Europea, sino en todos los países desarrollados (Fincas Brunetto, S.L, nuestra empresa agrícola familiar, ha visitado explotaciones en Argentina o Chile y las medidas para evitar que puedan ser afectadas por elementos patógenos exteriores, son extremas); preocupados, en fin, todos, hoy más que nunca por la calidad de las cosechas y los frutos que consumimos, así como la del medioambiente, se están dando al mercado productos de calidad garantizada.

Las variedades de cada producto que podemos consumir son fruto de los intercambios de un mercado global. Ir y venir (en un poema que escribí hace muchos años dedicado a la paz para el colegio de mis hijos, entre muchas otras cosas decía que ese bien inmaterial de las sociedades son barcos de mercancías / llegando a todos los puertos). España tiene, por ejemplo, caladeros en aguas marroquíes, y hemos de comprar mercancías suyas, así como de otros países por otros abrazos amigos; del mismo modo que también nosotros exportamos vino, jamón, hortalizas, aceite, carnes; o de igual forma que importamos tecnología o vacunas.

Sin duda, estamos mejor alimentados que nunca gracias al mercado abierto y a los avances tecnológicos y científicos. Estamos consumiendo excelentes productos gracias al desarrollo creciente de una agricultura ecológica, la que está desechando a grandes pasos, con severas sanciones, productos químicos y elaborando y aplicando los libres de perjuicio para la salud de las personas y de la tierra.

El campo, su explotación profesional sustentada por todos esos grandes beneficios de potencia de última hora, es hoy una fuente de bienestar y de progreso no solo para el desarrollo económico de las zonas rurales y la restauración de la demografía de sus pueblos, sino una fuente de equilibrio y bienestar para el espíritu.

Bienvenidos al campo con conciencia de su historia y evolución, a través de precariedades y crisis, y su innegable contribución actual a la calidad de vida de las personas y consumidores y a la sostenibilidad del medioambiente.

© Isabel Villalta